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sábado, 16 de febrero de 2013

El Teatro Bretón, el Cinema Taramona y otros cines desaparecidos

Tomado del Blog de Ságabe http://www.sagabe.es

No sólo eran las discotecas. Había también otro lugar vedado a los menores de dieciocho años al que, quizá por la prohibición, nos apasionaba ir. El cine de las películas de mayores.

Había entonces en Salamanca un buen número de cines que, poco a poco, han ido desapareciendo. Había entre ellos teatros como el Liceo o el Bretón, con la clásica forma de los teatros de toda la vida. La mayoría, sin embargo, eran "cinemas" clásicos, con su patio de butacas y su anfiteatro (era algo más barato y se veía muy bien: valía la pena). El Coliseum en el pasaje Coliseum, el Salamanca en Vázquez Coronado, el España en la Plaza de España, el Gran Vía (no doy pistas). Estaba también el Taramona, en Federico Anaya, que, si no me equivoco, sólo tenía patio de butacas. Y el victoria, en la Carretera de Ledesma, del que no recuerdo nada a pesar de que estuve varias veces viendo aquellas películas mexicanas a las que íbamos los niños.


En aquella Salamanca los cines ofrecían tres sesiones, que, si la duración de la película lo permitía, eran a las 5, 7.45 y 10.45. Y, sobre todo en verano, cuando los estrenos escaseaban, presentaban programas dobles en sesión continua.

Los cines, sobre todo esos cines desaparecidos, quedan en nuestros recuerdos asociados a las buenas películas que vimos en ellos. En mi caso, el Bretón tiene un lugar privilegiado. Allí vi Primera Plana (la película que me hizo aceptar sin remordimientos que Bergman me aburría) y American Graffiti (no sabíamos entonces que George Lucas era un genio). También tengo un lugar muy especial para el Taramona, donde vi la Naranja Mecánica. Y donde vi también no pocos programas dobles, con esas magníficas películas americanas de los setenta que cuarenta años más tarde nos siguen gustando.

sábado, 2 de febrero de 2013

Lucía de Medrano y Fray Luis de León

Es viernes por la tarde (no por la noche: estamos en 1974 y a las diez hay que estar en casa) y vamos a Hindagala. Pasamos la puerta de entrada giramos a mano derecha y descendemos las escaleras que nos llevan al sótano (Tito's no, pero Hindagala estaba en un sótano). Y allí, con las cortinas que dan sobre la sala medio abiertas, oyendo ya la música a todo volumen, hay que superar un último obstáculo. Tenemos 17 años y la entrada está prohibida a los menores de 18. ¿Nos dejarán pasar? ¿Nos pedirán el DNI? ¿Colará si les decimos que se nos ha olvidado en casa?

Lo más humillante es que estamos en COU y con nosotros vienen unas chicas de nuestra clase. Como es habitual a los 17, ellas parecen mayores y a ellas sí les van a dejar entrar. ¿Puede haber algo más humillante?

Hasta entonces, hasta ese fatídico COU, el problema no se había presentado. Toda la enseñanza secundaria estaba separada por sexos. Había colegios masculinos (Maristas, Salesianos, Escolapios) y femeninos (Jesuitinas, Trinitarias, Siervas, Salesianas...). Incluso en la enseñanza pública había un Instituto masculino (Fray Luis de León) y otro femenino (Lucía de Medrano). No coincidíamos en las mismas bancas y cuando empezábamos a salir con chicas, ellas eran uno o dos años menores (nosotros éramos para ellas uno o dos años mayores).

Hasta que llegaba COU. Hasta que la camaradería empezaba a desembocar en amistad y ligue. Hasta que queríamos entrar con ellas en la discoteca y éramos humillados por la evidencia de que, a su lado, parecíamos aún unos críos.